Por Carmen Contreras*
Los viejos autores clásicos como Henri Lefebvre desarrollaron ideas sobre la ciudad y lo urbano centradas en los valores, la cultura y la racionalidad como cualidad masculina. Este sesgo no es su culpa. Ellos heredaron las nociones de la polis griega, principalmente la separación entre el oikos (la casa) para las mujeres y el ágora (la plaza pública) para los hombres. Pero también a Lefebvre le debemos la idea de la ciudad como espacio no solo material, sino social. Así que no lo podemos “cancelar” de nuestras lecturas ya que, gracias a este concepto, las feministas de los años sesenta obtuvieron un valioso material para tejer su teoría crítica sobre la ciudad.
A partir de observar las diferencias entre hombres y mujeres como hechos que se pueden medir como el uso del tiempo para realizar actividades dentro y fuera del hogar, los salarios por desempeñar una misma función, los tipos de violencias en el espacio público, el tiempo y dinero invertido en desplazarse en el transporte, las feministas de finales del siglo pasado criticaron el famoso “Derecho a la Ciudad”. ¿Por qué? Porque mostraron que el acceso a los beneficios de las ciudades no se distribuyen en razón del género.
Además se fueron a la yugular de las ideas marxistas de aquellos años que veían a la ciudad como una relación mecánica entre trabajo productivo-acumulación de capital-clase social dominante. Ellas fueron quienes observaron y vivieron en carne propia que hay un trabajo para la reproducción de la vida que es invisible pero que hace caminar a la ciudad todos los días. Es lo que ahora las feministas del siglo XXI llamamos el trabajo de los cuidados y quienes lo desempañamos principalmente somos mujeres, más allá de la clase social a la que pertenecemos. Abuelas que cuidan a sus nietos en Polanco, agricultoras en Xochimilco que pelean por una estancia infantil cerca de la chinampa, trabajadoras del hogar que se desplazan diariamente 4 horas en transporte público, son realidades complejas y la categoría “clase social” parece un molde de gelatina para explicarlas.
En tres décadas señores tan importantes como Manuel Castells nos enseñaron en las universidades que la ciudad es la concreción de una sociedad y de situaciones históricas concretas. Es decir, expresan un orden económico, político y jurídico. Pero el feminismo que estudia las ciudades en América Latina complementó esta idea señalando que también hay un orden de género que reproduce el poder masculino en la forma en cómo se planifica la ciudad a diversas escalas. Esta postura feminista estuvo varios años marginada de las aulas, pero ahora se está convirtiendo en materia obligada en el conocimiento de los fenómenos urbanos.
Estimadas maestras feministas que llevan al menos 20 años aportando su trabajo, conocimientos, experiencias profesionales y de vida a los estudios urbanos siguen fortaleciendo el diseño de ciudades más humanas. Tenemos una deuda con ellas y con quienes les antecedieron. Probablemente sin sus ideas estaríamos aceptando todavía que las desigualdades son solamente de clase y que la violencia es un pago por vivir en la ciudad.
El diseño feminista de las ciudades se nota en varias aplicaciones prácticas basadas en estos conocimientos: a) El tiempo y el espacio de las ciudades es distinto entre mujeres y hombres, b) las relaciones de género influyen en cómo se transforma el espacio socialmente construido, c) las ideas de lo masculino y femenino son los soportes de un orden de género, en el cual se fortalecen creencias como “los hombres no saben cuidar niños y niñas”, solo por dar un ejemplo. Señalo esto porque a algunos políticos en su afán “queda bien” a cualquier cosa le dicen “diseño feminista de la ciudad”: un taxi rosa, una rodada ciclista en tacones, una fachada violeta. Hay que tener cuidado para no caer en esa confusión deliberada o ingenua.
Es probable que este 8 de marzo de nuevo nos encontremos con varios discursos retóricos sobre las desigualdades de género. En contraste, está la aportación menos conocida pero más útil del feminismo al estudio de las ciudades y su diseño: La perspectiva de género. Esta surge como instrumento analítico de la ciudad y de otros fenómenos para formular políticas públicas en sus distintas fases. La perspectiva de género parte del reconocimiento de las necesidades, situaciones e intereses de las mujeres pero también es un instrumento que sirve para analizar, además de las diferencias biológicas, las diferencias sociales, culturales y en las relaciones de poder ligadas al ejercicio de los derechos. Sirve como puente entre las ideas generales y la formulación de políticas públicas para modificar las relaciones desiguales entre los géneros expresadas en la ciudad, en sus territorios y lugares. Este instrumento es otro aporte del que hoy echamos mano y por el cual estaremos siempre en deuda con las pensadoras urbanas.
*Carmen Contreras
Directora de Perspectivas de IG y Consultora en Desarrollo Urbano con
Perspectiva de Género
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Columnista invitado
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