Por Carmen Contreras*
El Grupo Interinstitucional y de Expertos sobre los Indicadores de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (IAEG-SDGs por sus siglas en inglés) han desarrollado con distintos organismos públicos y privados de los países miembros de la ONU la “Hoja de ruta geoespacial de los ODS”, misma que el INEGI ha adoptado para guiar a las instituciones gubernamentales y organizaciones de la sociedad civil rumbo a un uso efectivo y útil de la información geoespacial en lo que se refiere a los impactos de la pandemia y los desastres naturales en la configuración demográfica del territorio. Otros temas vinculados a los ODS están en puerta para ser analizados construyendo nuevos y mejores indicadores que nos digan cómo vamos en la Agenda 2030.
Una de las vertientes novedosas que está trabajando el INEGI en esta “Hoja de ruta geoespacial de los ODS” es incluir indicadores de género para conocer los alcances del Objetivo número 5, enfocado a “lograr la igualdad entre los géneros y empoderar a todas las mujeres y las niñas”.
Pensando en ciudades incluyentes y seguras para las mujeres y las niñas, la iniciativa del INEGI es de suma importancia. Para que los datos estadísticos sobre infraestructura, servicios y equipamientos urbanos adquieran relevancia, necesitan pensarse en su función social y en las relaciones entre las personas con sus entornos en donde el género es una variable que debemos tomar en cuenta.
Tanto en las actividades y dinámica poblacional, como en las formas de organización de los hogares para el aprovechamiento, apropiación del espacio construido y de los recursos naturales; las mujeres tenemos una importancia que pocas veces se mide y menos aún se localiza en las cartografías tradicionales.
Las cartografías que han aportado las investigadoras feministas han sido las que “mapean” las violencias en los municipios: Desde los feminicidios y lugares en donde han desaparecido mujeres y niñas, hasta las agresiones en los hogares reportadas a alguna autoridad. Estas cartografías de la violencia nos impulsaron a muchas mujeres a pensar en la necesidad de explicar nuestras realidades en un tiempo y un espacio dentro de un mapa. Hoy los indicadores de género trascienden las tablas estadísticas para perfilar territorios que plasman otras dinámicas que antes no se visualizaban, como la de los trabajos para los cuidados, los flujos migratorios de las mujeres para realizarlos, las ubicaciones de los hogares con jefatura femenina, los trayectos cotidianos entre municipios de las personas que cuidan a niños y niñas, etcétera.
Al hacer indicadores geoespaciales de género no solo nos damos cuenta del uso colectivo del espacio público, estamos también desarrollando nuevos y mejores insumos para la planeación del presupuesto público, las inversiones privadas para el desarrollo de la vivienda y otras obras con enfoque social.
Los indicadores geoespaciales de género también contribuyen a tener una perspectiva de la función social del suelo y la propiedad, -sea esta pública o privada-, ya que nos permiten ver las diferencias en la concentración o dispersión de los mejores equipamientos para la educación, la salud y la atención de las personas en contextos de vulnerabilidad por edad o discapacidad y de esta forma pensar en cómo lograr una distribución más equitativa de los inmuebles y los servicios para que estos se localicen cerca de las personas con menores ingresos.
Sin duda las aportaciones de las mujeres al ver el territorio como un lugar necesario para la reproducción de la vida y no solo para la reproducción del capital han cambiado la forma de formular indicadores geoespaciales. En términos de responsabilidades estatales estamos hablando de contar con información para garantizar la distribución equitativa de las cargas y beneficios del desarrollo urbano.
En el tema del derecho a una ciudad resiliente, -en donde la acción gubernamental debe orientarse a aplicar medidas de mitigación de riesgos y prevención ante las posibilidades de fenómenos naturales-, los indicadores geoespaciales de género también contribuyen a hacer visible cómo se dan los desplazamientos de las familias de zonas afectadas por desastres “naturales” o provocados por la negligencia de los gobiernos locales y estatales. ¿Quiénes deciden quedarse y quiénes se van de las zonas afectadas? es una de las tantas preguntas que se pueden responder desde los datos por género ubicados en los mapas.
El enfoque de género aplicado a datos georreferenciados también nos aporta una aproximación a las realidades del envejecimiento y cómo lo afrontaremos de manera distinta mujeres y hombres. ¿En dónde estará la población con mayor riesgo de quedar en el desamparo institucional y familiar? De igual forma, las tasas de fecundidad nos indican en un espacio geográfico cómo deben diseñarse las ciudades con población joven y hacia dónde deben encaminarse las propuestas de intervención del espacio público. Al final de cuentas, son realidades acumuladas por razón del género que no podemos seguir ignorando.
*Directora de Perspectiva de IG y
Consultora en Desarrollo Urbano
con Perspectiva de Género
@Utopia_Urbana
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Columnista invitado
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