Por Carmen Contreras*
La pandemia provocó el cierre de gimnasios y centros deportivos públicos y privados. Los edificios corporativos que integran instalaciones de este tipo como prestación para personal de empresas tuvieron que renovar esta forma de pensar la actividad física.
A su vez, dicho cambio impactará en futuros diseños arquitectónicos en la Ciudad de México. Sin duda, los grandes desarrollos tendrán que incluir, por razones comerciales, más espacios abiertos sin importar si son de uso habitacional o para oficinas.
En lo que se refiere a la calle, nos hemos apropiado de ella para compensar el encierro, plantearnos nuevas rutinas para la salud y en ese camino, tomamos conciencia sobre las diferencias que hay cuando el tiempo de traslado de un lugar a otro se utiliza para otras actividades que nos acercan más al conocimiento de nuestras habilidades e intereses personales.
Sin embargo, los motivos, las posibilidades y la gestión del tiempo para hacer ejercicio o practicar una disciplina deportiva son diferentes de acuerdo a la población, su ubicación territorial, la distribución de recursos e infraestructura.
También influye el control político que hay en los lugares que deberían ser comunes y las condiciones de seguridad para determinados grupos como las personas con discapacidad, las personas adultas mayores, niños, niñas y mujeres.
Aunque existe un Censo Nacional de Infraestructura Deportiva, poco sabemos de los espacios públicos habilitados para hacer ejercicio y generar una apropiación colectiva de la calle que contribuya a una ciudad segura.
Tampoco sabemos mucho de la calidad de esta infraestructura debido a que los gobiernos locales no mantienen al día la información de los “gimnasios al aire libre”, las pistas de skate, las canchas de fútbol 7 o de básquetbol que alcaldes y alcaldesas inauguran con corte de listón en cada administración con el discurso de que en una colonia o barrio se previene la delincuencia si hay espacios como estos.
Encontramos entonces que hay varios mitos sobre la apropiación de la calle con el fin de ejercitarnos. Uno de ellos es que basta con construir o implementar un espacio deportivo en algún terreno remanente para incentivar su uso y generar un beneficio social como bajar la incidencia delictiva. O que un gimnasio al aire libre se convertirá en un sitio atractivo para una comunidad que desea salir del encierro y formar un plan recurrente de salud.
Antes, durante y después de la construcción física, la adecuación, la implementación y la instalación de una infraestructura deportiva se requiere un trabajo de consenso entre posibles usuarias y usuarios. Es indispensable conocer las afinidades e intereses de la población, la historia del lugar que se planea intervenir, así como las posibles oposiciones y sus causas.
Casi siempre se omiten estas consideraciones socio-políticas en las intervenciones públicas o privadas. El resultado de subestimar las experiencias de una comunidad se traduce en inversiones perdidas, espacios abandonados, confrontación y a veces, más violencia de la que se pensaba combatir.
Otro mito de la implementación de espacios deportivos en la calle es que estos son abiertos para todo el mundo y ocupados por personas que no cuentan con opciones para hacer deporte debido a sus bajos ingresos.
En la Ciudad de México existe un fuerte sistema de cuotas en dinero y favores políticos que han hecho de las canchas de fútbol, básquetbol y frontón auténticos monopolios de grupos que establecen alianzas con autoridades de las alcaldías para ocupar los espacios por tiempos discrecionales.
Pueden ser acuerdos desde seis meses hasta tres años. La consecuencia de este esquema es la exclusión de vecinos y la opacidad sobre los términos en los que se otorgan estas concesiones.
Por último, existe la idea de que en la apropiación de la calle para el deporte no son relevantes las diferencias entre mujeres y hombres, las edades y las identidades de género. El Urbanismo feminista nos ha mostrado que las decisiones sobre qué tipo de infraestructura colocar en comunidades con mayores carencias son tomadas principalmente por hombres con formación tradicional, con énfasis en lo técnico sobre lo humanístico.
El resultado son más canchas de futbol, menos áreas para bailar o patinar, por poner un ejemplo muy recurrente. Cuando nos adentramos a conocer la opinión de las y los jóvenes nos damos cuenta de que los usos combinados entre deportes, actividades artísticas y espacios para la conectividad en donde puedan sentirse a gusto sin importar su vestimenta o identidad, son formas renovadas de pensar el espacio público que contrastan con las decisiones burocráticas.
La mortandad por Covid-19 nos trajo lecciones dolorosas, entre ellas, la poca atención que damos al ejercicio en la vida urbana. Sin embargo, no basta la voluntad individual para cambiar hábitos, se requiere una planeación concertada de los espacios para el deporte y la recreación.
Texto y fotografía: Carmen Contreras
*Directora de Perspectivas de IG y Consultora en Desarrollo Urbano con Perspectiva de Género
La entrada Deporte y ejercicio en la calle se publicó primero en Centro Urbano .
Columnista invitado
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