Por Carmen Contreras*
Lidia Heller y Marta Subiñas son autoras que nos han brindado un marco de análisis indispensable para entender las desigualdades de género en la cultura organizacional de las empresas y de las instituciones públicas. Ellas parten de la premisa de que los estereotipos de género tienen un peso importante para determinar la forma en que mujeres y hombres asumen y desempeñan jerarquías, funciones y cargos en el ámbito laboral condicionando con ello sus oportunidades profesionales.
Para ilustrar cómo se forman las barreras u obstáculos desde las creencias y presunciones básicas sobre las mujeres, estas autoras utilizan tres conceptos que bien podrían entrar en un catálogo de materiales de construcción:
El techo de cristal: Nos impide a las mujeres ascender de una jerarquía menor a una mayor, confinándonos en los niveles con menor poder de decisión hasta formar dos escenarios: quedarnos prolongadamente en el mismo lugar con un bajo perfil o irnos para buscar oportunidades en otro, lo que implica que la empresa u organización pierda a una persona valiosa que pasará una difícil transición hacia un lugar mejor.
Esta metáfora se utiliza para reconocer el impacto diferenciado que existe en el mundo laboral entre mujeres y hombres a través de lo que se llama “micro-desigualdades” como son la falta de reconocimiento, la poca satisfacción personal que brinda un trabajo, las jornadas adicionales de tareas domésticas y de cuidados. Las “micro-desigualdades” reflejan problemas estructurales de violencia en el hogar o la ausencia de una política económica en la cual los salarios no corresponden al grado de calificación. Se le llama “techo de cristal” porque al subir se llega a un punto en el que no hay manera de avanzar, a menos que se rompa una idea arraigada, una norma social o una costumbre que nunca se había cuestionado. Esta metáfora debe acompañarse con el entendimiento de que no todas podemos romper techos de cristal cuando lo deseamos. Para ello hace falta empoderamiento, redes de apoyo y condiciones económicas favorables.
Las paredes de cemento: Son las barreras laterales, -como en un laberinto-, para que las mujeres nos quedemos atrapadas en el desempeño de una sola función o tarea particular sin posibilidad de aprender y hacer otras y, por ende, de ampliar nuestras perspectivas de desarrollo laboral y profesional. Se forman con una especialización rígida en empresas e instituciones públicas que tienen pocos espacios en los niveles directivos y muchos lugares en los niveles operativos con salarios bajos sin prestaciones. Estas paredes son muy sólidas porque se construyen con estereotipos e ideas como que las mujeres somos mejores capturistas, secretarias, afanadoras, meseras, cuidadoras, correctoras de estilo y que si desempeñamos otro trabajo en el hogar podemos combinar ambos por nuestro “nivel de dedicación”. Las políticas internas de algunas empresas levantan alegremente sus paredes de cemento y se ufanan de ellas con la celebración del 10 de mayo y la rifa de enseres domésticos entre su personal femenino. En las instituciones públicas las paredes de cemento son mas duras y altas cuando, debido a las “políticas de austeridad”, desaparecen los cargos intermedios de dirección.
El piso pegajoso: Es aquella situación en la cual las mujeres, aun contando con la posibilidad de saltar las barreras para nuestro reconocimiento y ascenso en las organizaciones, empresas e instituciones públicas, rechazamos la oferta de una mejor posición y no la tomamos debido al juicio social. Este juicio social incentiva los dilemas personales para cumplir las expectativas sobre la maternidad, el matrimonio, la vida en pareja, el cuidado de algún familiar y otras asignaciones de género. Estas asignaciones influyen en nuestras prioridades y metas y a la hora de la valoración decidimos decirle “no” a aquella promoción, viaje, responsabilidad o reto. La vida familiar también conlleva una mayor “carga moral” para las mujeres en entornos tradicionales. Por eso encontramos mujeres que, teniendo muchos años invertidos en educación, escogen el espacio doméstico como campo de realización. La violencia doméstica también es un fenómeno que debe analizarse para explicar los pisos pegajosos.
Estas metáforas ayudan a hacer visible lo que permanece oculto en lo organizacional y a cuestionar aquellas reglas no escritas que consideramos “normales”.
Si a usted le gusta observar cosas más evidentes sobre cómo se dan las desigualdades por género en los espacios de trabajo y en la cultura organizacional, le recomiendo echar un vistazo a algunas oficinas corporativas o de gobierno, detenerse en la distribución de los espacios que ocupan hombres y mujeres con una misma jerarquía. ¿Quiénes tienen las mejores vistas? ¿Qué enseres y mobiliario tienen a su alcance? De acuerdo a los objetos cercanos, ¿quiénes separan su vida familiar de su trabajo? ¿Quiénes ostentan sus títulos en las paredes? Le puedo asegurar que va a encontrar detalles interesantes para una discusión.
Texto y fotografía: Carmen Contreras
*Directora de Perspectivas de IG y Consultora en Desarrollo Urbano con Perspectiva de Género
La entrada Cultura organizacional y desigualdades de género se publicó primero en Centro Urbano .
Dinorah Nava
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