Por Carmen Contreras*
Las y los jóvenes migrantes constituyen una población siempre pendiente en la Agenda Urbana y presente en los discursos. Vivir en las metrópolis no es sinónimo de estar lejos de la violencia. Están expuestos a prácticas discriminatorias por su apariencia, clase social, discurso, identidad, origen étnico y por su propia edad. La problematización de los fenómenos que les afectan en el contexto urbano debe estar actualizada con renovados marcos teóricos y acercamientos interseccionales. Un enfoque urgente es el de las migraciones.
Entre 1957 y 1961, años en los que la obra musical “West Side Story” de Leonard Bernstein (compositor musical), Jerome Robbins (coreógrafo), Arthur Laurents (guionista) y Robert Wise (director cinematográfico), fue llevada al teatro y al cine en Estados Unidos, se estaba gestando el modelo de urbanización posterior a la Segunda Guerra Mundial en donde la “renovación habitacional” implicó la venta de una imagen idealizada del estilo de vida en los suburbios o en zonas residenciales, -como en las 50 cuadras del oeste de Nueva York-, en las cuales la juventud obrera, afrodescendiente y migrante no tenía lugar. Quedaba la opción de apropiarse de un territorio en el cual se buscaba la sobrevivencia.
En este siglo, nuevas realidades se están gestando con la urbanización globalizada, en la cual las migraciones son permanentes y las policías son barreras violentas e inútiles cuando las metrópolis no ofrecen empleos, ni salarios dignos, ni vivienda para la población joven que huye de sus países con democracias frágiles, naciones azotadas por la devastación del cambio climático o por despojo de la tierra y el agua.
Las personas jóvenes tienen más posibilidades de irse de su país y moverse por territorios inhóspitos. Y una vez llegando a los centros urbanos, ¿qué opciones tienen? ¿Están las ciudades preparadas para las migraciones como fenómeno permanente? ¿Sigue existiendo un ideal de vida residencial como su objetivo?
En la segunda década de este siglo, alguna naciones han experimentado con sus políticas migratorias de todo: desde la persecución de las personas en situación de pobreza, hasta la implementación de ciudades “amigables” que acogen a inmigrantes bajo esquemas de financiamiento para rentas, pequeños negocios, educación y salud. Hasta el año 2020 estos esquemas habían tenido un saldo positivo en Estados Unidos después de que la administración Trump exhibiera su trato indigno y contrario a los Derechos Humanos de los desplazados.
A pesar de que México es país “puente” hacia Estados Unidos no hay una política migratoria para la diversidad de poblaciones y sus motivos de desplazamiento que contemple una red de ciudades de acogida desde la planeación urbana, hasta los programas sociales. Y no solo me refiero a las ciudades fronterizas en el norte y sur, sino a aquellas en camino a convertirse en ciudades para el desarrollo tecnológico, la industria o los servicios turísticos.
¿Cómo podría integrarse la población joven que llega de paso a México a algunos empleos temporales en estos sectores? ¿Cuáles son los programas que requieren de acuerdo a la temporalidad de su estancia? y, principalmente, ¿cuáles son los cambios requeridos en nuestra actitud discriminatoria para dejar de ver a las personas en pobreza que llegan a México desde otros países como una carga para el Estado?
Sabemos que en este momento los migrantes internacionales representan, en la población mundial, 67 millones de personas. En promedio hay 44 mil al día que están pasando de un país a otro en busca de mejorar su vida o protegerla. El BID señala que el 92% de las personas que llegan a Estados Unidos terminan residiendo en zonas urbanas. Si nuestro país contara con una política migratoria engarzada con las políticas del territorio urbano, una oferta de servicios y empleos temporales probablemente las autoridades no tendrían que invertir más recursos en el uso de métodos de contención que ponen en riesgo vidas.
No solo se trata de atacar el problema de la corrupción, la ilegalidad y el tráfico de personas que es uno de los delitos más abominables en el mundo. Paralelamente debe incluirse en el diseño de ciudades las posibilidades de ser refugios para quienes tienen mayor riesgo, como las mujeres jóvenes, las niñas y niños, personas que hablan una lengua indígena, afrodescendientes y hombres jóvenes perseguidos por bandas de narcotraficantes. Una gestión pública eficiente sería capaz de crear ciudades refugio.
En buen cauce, la migración puede impulsar la productividad y el crecimiento local. En los primeros 15 años de este siglo, los migrantes contribuyeron con el 9.4% del PIB mundial. La incorporación temporal o permanente de las poblaciones migrantes a las economías locales generan una mayor demanda de servicios. Sin embargo, en sistemas de recaudación “sanos” esto significa crear infraestructuras y equipamientos. Esta es una fórmula que las ciudades mexicanas tendrán que usar en el futuro.
Texto y fotografía: Carmen Contreras
*Directora de Perspectivas de IG y Consultora en Desarrollo Urbano con Perspectiva de Género
La entrada Cincuenta cuadras en el oeste se publicó primero en Centro Urbano .
Columnista invitado
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