El auto se detuvo a la orilla de ese inmenso estacionamiento, justo a un costado de la vulcanizadora y de la avenida Jiménez Cantú, una de las más importantes del municipio.
Desde varios kilómetros antes, Mónica y Martín, que viajaban con su hijo pequeño, habían notado que una camioneta negra, que tripulaban tipos mal encarados, los seguía a la distancia. El miedo los invadió, pero trataron de conservar la calma y pensar que sólo era su imaginación.
Tras algunos minutos de recorrido, la pareja decidió parar, tomar un respiro y verificar que la camioneta los seguía. Aquel día era de descanso obligatorio, por lo que la vialidad se notaba desierta. Sólo un par de automóviles transitaban.
Sobre la marcha encontraron esa vulcanizadora, famosa en el rumbo por el camión escolar que funciona como base de atención. La pareja creyó que era buena idea detenerse y fingir solicitar el servicio de los tablacheros. No obstante, el infierno se desató.
La camioneta negra con los sicarios a bordo dio alcance al automóvil de la pareja. A pocos metros de la vulcanizadora y del lugar donde se estacionó el automóvil, los tipos dejaron notar sus armas.
Al ver la intención de los sujetos, Martín intento huir. Por el contrario, en un movimiento de instinto por proteger a su hijo, Mónica escondió al menor en la parte baja del automor, justo lado del tubo de escape y detrás del asiento del copiloto.
Tras esta acción, el fuego comenzó. Las balas de los fusiles Kalashnikov comenzaron a destrozar el automóvil y los verdugos de la pareja desaparecieron en la distancia.
La pareja murió de inmediato, acribillada por el feroz ataque de los sicarios. Sin embargo, el acto de amor de Mónica valió la pena, y su hijo sobrevivió, con lo que pasaó a forma parte de las cifras de los huérfanos por la guerra contra el narco.
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Edgar Rosas
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