jueves, 10 de marzo de 2022

Arquitectura feminista

Por Jimena Peña Uribe*

Fue un miércoles de hace tres años que Tatiana Bilbao se presentó en la facultad de arquitectura del Karlsruhe Institut of Technology (KIT), misma universidad en donde terminé mis estudios. Como cada miércoles, un arquitectx externo se invita a dar una charla, nos presenta su forma de proyectar y algunas de sus arquitecturas mas interesantes. Los alumnos e invitados pueden hacer preguntas y pedir consejos. Al final de la charla el patio interno de la facultad se pone a la disposición de profesores, alumnos e invitados, se venden cervezas y tentempiés, pero, sobre todo, tenemos la oportunidad de conocer a lxs arquitectxs mas de cerca.

Recuerdo haberme sentido sumamente orgullosa de mi propio país, pues no solo fue la primera latinoamericana en presentarse, sino que también es mujer. “¿Por qué esto me debería de sorprender?” Me pregunté justo después de haberlo pensado. A pesar de que la mitad de los estudiantes de arquitectura en casi cualquier facultad del mundo son mujeres, la mayoría de lxs profesores y arquitectxs reconocidos, son hombres. El mundo laboral esta plagado de hombres blancos, y como si fuera poco las “mujeres en la arquitectura” no son un grupo homogéneo. Las mujeres caucásicas de países occidentales tienen poca representación en el mundo laboral de la arquitectura, pero mujeres negras e indígenas cuentan con una representación casi nula. ¿Por qué sucede esto?

Cabe recalcar que el grueso de las reflexiones feministas acerca de la relación de género y arquitectura corresponde principalmente a las ultimas décadas del siglo XX. Sin embargo, fue desde la época de la revolución industrial que las feministas materialistas comenzaron a adentrarse al campo de la construcción, primordialmente como críticas de la arquitectura ya existente. En tiempos del movimiento moderno, comenzaron a existir pioneras de la arquitectura, como Charlotte Perriand o Lilly Reich, hasta llegar a las teóricas del urbanismo de los años 70 como Jane Jacobs o Denise Scott Brown.

Los debates del feminismo sobre la arquitectura se fueron multiplicando hasta principios del siglo XXI, pero hasta la fecha la teoría de la arquitectura falla en integrar los valores del feminismo mas allá del discurso sobre el papel de la mujer en la arquitectura y los bajos índices de participación femenina en el entorno de los profesionistas.

Esto sucede por que la teoría de la arquitectura esta sustentada en un conjunto de valores estándares que mantienen una tradición masculina. El ejemplo más claro es el Modulor, de Le Corbusier, o en general toda teoría de proporción, que esta basada solamente en proporciones masculinas.

La construcción teórico-política que vincula a las mujeres a lo doméstico y a los hombres a lo cívico tiene una larga historia que remota a principios de la antigua Grecia. A pesar de que la vida de la mujer resulta íntimamente ligada a lo doméstico, no es la mujer quien decide la configuración del espacio, sino el diseñador arquitectónico desde un discurso patriarcal heredado por la tradición y la costumbre.

Esto se vuelve sumamente peligroso, pues en vez de que la arquitectura se convierta en un productor de nuevos tejidos sociales y espaciales que articule hombres y mujeres desde la equidad, se utiliza para acentuar diferencias sociales y establecer identidades. La arquitectura reproduce y reconfigura subjetividades, las suposiciones acerca del género normativo no solo restringen la descripción del humano, pero también lo vivible, es decir, el espacio.

Tan solo piensa en aquellos lugares a los que las mujeres piensan que no deben estar o transitar solas. Espacios deshabitados u oscuros, espacios asociados a actividades masculinas como algunos bares o casinos.  Las amenazas hacia las mujeres van desde un silbido, un piropo, un acercamiento sexual, miradas hostiles o comportamientos invasivos. La consecuencia deriva en la exclusión de las mujeres en espacios urbanos y en el refuerzo de las representaciones del espacio domestico como un resguardo al miedo y violencia que acechan las calles.

Según Jan Gehl, es necesario un mayor tránsito de personas y actividad humana para promover el uso equitativo de la ciudad. Esto se puede lograr a partir de una zonificación urbana que permita la mezcla de usos, logrando así vitalidad constante en el espacio público. Igualmente, es importante repensar la arquitectura desde “otros conceptos menos binarios y jerárquicos como el margen, el intersticio, lo cotidiano, lo heterotópico y lo abyecto” en contraste con los abordajes binarios de exterior-interior y hombre-mujer, según la historiadora Jane Rendell.

La arquitectura de Tatiana Bilbao esta pensada para sus usuarios, es considerada una arquitectura empática y sustentable. Más que ser una excepción en un campo dominado por hombres, es un ejemplo a seguir y estudiar para todxs los estudiantes de arquitectura. Porque, como dice Dorte Mandurp, nosotras las arquitectas no afrontamos los proyectos como mujeres, sino como simples profesionales.

*Jimena Peña Uribe

Estudiante de Arquitectura

Jimena es Licenciada en Arquitectura. Le apasiona comprender y analizar la forma en que los seres humanos ocupamos nuestro entorno, la forma en la que éste evoluciona y los pilares que sostienen la vida pública, pero le preocupa la falta de equilibrio con el medio ambiente. A través del urbanismo y la sustentabilidad busca construir un mejor futuro para todos.

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Columnista invitado

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