Por Martha María Montes de Oca Hernández*
Me considero una peatona enamorada. Estoy enamorada de caminar las calles de mi ciudad, me llena el corazón encontrar atajos nuevos, entender sus lógicas y cómo es que las personas las caminan y habitan.
Dentro de mí rutina diaria de salir y caminar los mismos espacios que he caminado los últimos años, tengo un recurrente pensamiento… ¿Cómo puedo realmente apropiarme del espacio público? y ¿cómo puedo hacer que estas calles que me parecen tan familiares, realmente las sienta mías?
El espacio público para cualquier peatona o peatón representa muchas cosas. Representa libertad, representa nuestra herramienta para acceder a otros espacios, representa autonomía e independencia en nuestra movilidad. Las peatonas y los peatones consientes o inconscientemente no podemos evitar tener reflexiones sobre lo maravillosas que son las calles con banquetas amplias, llenas de árboles o plantas sobre las cuales podemos atajarnos del sol o de las fuertes lluvias, sobre la dicha que es caminar espacios donde no nos sintamos ajenos porque los autos se han apropiado de ellos y debemos cruzar por lugares no-caminables poniéndonos en riesgo.
En el espacio público existen muchas dinámicas que me encanta pensar, pero no precisamente porque considere que son las mejores, sino porque me parece, como peatona que soy, muy pertinente traer a discusión y debate todo eso que pasa ahí a fuera.
Nuestra forma de actuar y sentirnos en el espacio público puede (entre muchas otras formas) ser asimilada automáticamente o representar una lucha constante.
¿Lucha?, ¿Qué es lo que se pelea?
La apropiación del espacio público significa que como peatona pueda sentirme segura y tranquila en las calles que camino, que sepa que tengo las suficientes opciones de movilidad que necesito para desarrollarme laboral, social y recreativamente, que pueda tomar las rutas que quiera sin temor a sufrir por mi integridad como persona.
Lo que he aprendido de tanto caminar e intentar habitar diferentes espacios públicos es que el cuerpo, mi cuerpo y el de las demás personas, no es neutro. Desde el momento en el que decidimos salir del espacio privado (nuestras casas, escuelas, trabajos, etc.) nuestro cuerpo es objeto y objetivo de acciones ejercidas por otras personas como resultado de una dinámica de poder.
¿Qué representa habitar el espacio público como mujer?
La movilidad de las mujeres en el espacio público está condicionada por muchas reglas sociales como seguridad, tiempo, horarios, tareas asignadas por género, incorporación o no al mercado laboral, tareas de cuidado, acoso sexual callejero, vestimenta, edad y muchas otras más.
Cuando reflexiono en las muchas violencias que sufro como peatona me vienen a la mente las calles oscuras, los puentes peatonales solitarios, el transporte público donde puedo ser víctima de acoso sexual, las calles donde pasan autos u otros peatones que deciden hacer algún tipo de sonido o decir palabras respecto a mi persona que me hacen sentir incómoda y molesta. Pero definitivamente mi experiencia es tan personal, que estoy segura que cualquier mujer podría enlistar muchas otras complicaciones que sufre cuando sale al espacio público.
El sistema patriarcal y machista en el que vivimos se ha encargado de recordarnos que la calle no nos pertenece. Dicho sistema ha intentado recluirnos al espacio privado bajo la idea de que ahí estamos más seguras, y que por lo tanto, si decidimos romper estas reglas sociales, tendremos nuestro respectivo escarmiento. Así que cuando salimos vestidas de cierta forma, cuando nos movemos por ciertas calles, a ciertas horas y sufrimos de algún tipo de agresión se nos adjudica la culpa de forma obvia y automática.
Afortunadamente el proceso que hemos iniciado de reapropiación del espacio público, las mujeres y las diferentes disidencias sexuales, nos ha permitido saber que cada vez que caminamos las calles, cada vez que nos acompañamos y defendemos estamos resignificando el espacio público, dando a conocer que no estamos dispuestas a seguir sintiéndonos ajenas y culpables por habitarlo sin tener que justificar por qué y para qué lo hacemos.
Este proceso nos ha permitido hacer saber nuestras necesidades específicas sobre la construcción de calles, las rutas y dinámicas del transporte público de acuerdo a si somos estudiantes, si somos madres y nuestra movilidad también conlleva la de hijas o hijos, o si somos parte del mercado laboral. Pero más allá de nuestras responsabilidades y tareas, este proceso de apropiación del espacio público también es una lucha para hacer saber que podemos habitarlo para divertirnos y tener actividades de recreación sin temor a sufrir cualquier tipo de violencia.
Tomar y ubicarme en del espacio público como mujer peatona, representa muchas cosas, y por lo mismo todos los días reflexiono y busco posicionar el discurso sobre pensar, construir y habitar los espacios públicos desde una perspectiva feminista, con la cual yo, todas las mujeres y personas dentro de nuestras diversidades vivamos la calle sin miedo, sin tener que reprogramar y rediseñar cientos de veces nuestras rutas porque algún sitio nos pone en riesgo.
Martha María Montes de Oca Hernández
Independiente
Twitter: @MarthaMary5
Instagram: mari_m44
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Redacción Centro Urbano
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