martes, 22 de diciembre de 2020

El año cero en la CDMX: ¿cómo caminar hacia una ciudad “cuidadora”?

Por Carmen Contreras

¿Qué es el “trabajo de cuidados”?

Empecemos por pensar en el trabajo de cuidados y las diferencias que hay entre mujeres y hombres que lo realizan. Partimos de que el trabajo de cuidados no solo es una actividad transformadora para la producción, también para la reproducción y bienestar de una sociedad.

Existen varias definiciones del trabajo de cuidados, como señala Lucía Pérez Fragoso, en su estudio para la CEPAL “¿Quién cuida en la ciudad? Oportunidades y propuestas para la Ciudad de México.” En este estudio podemos encontrar que sus definiciones coinciden en lo siguiente:

  1. El trabajo de cuidados es una actividad humana cuya organización está marcada por el género, y cuya aportación a la sociedad está invisibilizada por un enfoque masculinizado de las teorías económicas que han prevalecido desde la primera Revolución Industrial. A excepción de Georg Simmel, ni los liberales, ni los marxistas tuvieron en aquella época la visión para encontrar las diferencias entre el trabajo organizado desde las disparidades hombres-mujeres y en la producción y reproducción. En este sentido, la Economía Feminista ha aportado elementos de análisis más precisos sobre el papel del trabajo en la reproducción y cómo éste se ha asignado a las mujeres solo por el hecho de serlo.
  2. El trabajo de cuidados es para la reproducción y, a su vez, garantiza la vida y la calidad de esta en sus distintas etapas (gestación, nacimiento, infancia, adolescencia, juventud, vejez).
  3. Crea valor social, simbólico, cultural y educativo y no solo valor de uso y cambio. Por ejemplo, los aprendizajes para la socialización y la formación de habilidades psico-sociales para la vida se desarrollan a través del trabajo de cuidados.
  4. Configura y perfila ciudades como en los casos del uso social del espacio público y la infraestructura urbana, los trayectos en la movilidad, sus motivos y destinos, así como el acceso, distribución y uso de la vivienda. En este sentido, también el “Urbanismo tradicional” ha dejado de lado el papel del trabajo de cuidados en la transformación de las ciudades y ahora existe un consenso académico sobre las aportaciones del Urbanismo Feminista para darle un peso relevante en la formulación de políticas de desarrollo urbano y, primordialmente, en la transformación de las visiones hegemónicas de la ciudad elaboradas principalmente por los hombres. (Pérez Sanz, 2013).

En suma, el aporte económico y social del trabajo de cuidados es innegable, pero se encuentra oculto, no solo en los planes de desarrollo de las naciones. Permanece como un tema secundario en los sistemas financieros, en las cuentas públicas y en las mediciones macroeconómicas. En la economía en pequeña escala, se le considera un tema “menor” por vincularse directamente a “lo doméstico”. En el caso de la Economía Urbana, el trabajo de cuidados se circunscribe a “lo barrial” o lo más cercano al espacio doméstico, como si esto último le restara importancia en los procesos de formulación de políticas públicas encaminadas al bienestar.

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¿Cuáles son las diferencias entre mujeres y hombres que realizan el trabajo de cuidados?

En México, de acuerdo a la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) 2015, la participación que tuvieron las mujeres de 15 años y más en el mercado laboral fue de 55% en comparación con un 77% de los hombres (INEGI, 2015c). Para el caso de la Ciudad de México, siguiendo con los datos de la ENOE 2015, 45 de cada 100 empleos fueron ocupados por mujeres. En este último dato, hay que observar cómo se dio la distribución de esos empleos para las mujeres y los hombres. La ocupación más importante fue en el comercio en pequeños negocios: 15,7% y 17,2% respectivamente.

En el caso de las mujeres, las ocupaciones más importantes fueron: comerciantes 19,8%, trabajadoras en actividades administrativas 14.7%, (en este rubro, se encontraron ocupadas en actividades con los salarios más bajos y con contratos de corta duración) y, finalmente, trabajadoras del hogar con 8.1%. En el caso de los hombres las ocupaciones fueron: comerciantes 15.4%, artesanos y trabajadores fabriles 10.9% y conductores de transporte 9.7%. Cabe mencionar también que en la Ciudad de México el 36% de los hogares están encabezados por una mujer (INEGI, 2015b). En suma, el perfil ocupacional de las mujeres en el empleo formal se caracteriza por situarse en trabajos mal remunerados pero que requieren calificación técnica y de conocimientos valiosos para la sociedad, además de representar un importante porcentaje como proveedoras de sus familias. En la Ciudad de México, el 30.3% de las mujeres no tiene acceso a ingresos propios, frente al 9.4% de los hombres, y por cada 100 hombres de 20 a 59 años en situación de pobreza hay 125 mujeres en la misma situación.

Además de estas ocupaciones formales, el tiempo de trabajo invertido en los cuidados es desigual. Las disparidades entre mujeres y hombres son más evidentes. Vamos a los datos de la mas reciente Encuesta Nacional sobre el Uso del Tiempo (ENUT), realizada por el INEGI en 2019:

En el caso del trabajo doméstico no remunerado dentro de su propia casa, las mujeres de 12 años y más invierten 30.8 horas promedio a la semana, independientemente de que también trabajen fuera de ella. Los hombres en el mismo rango de edad solo invierten 11.6 horas semanales. Mujeres y hombres trabajan un promedio de 40 horas fuera de casa.

En México -sin ser excepción la capital del país- entre las propias mujeres hay disparidades sobre cómo se distribuye el tiempo de cuidados. Una de las mayores desigualdades está entre las mujeres hablantes y no hablantes de lengua indígena que realizan trabajo doméstico y para ellas no hay políticas públicas focalizadas. Las mujeres que son hablantes de alguna lengua indígena dedican 5.4 horas más en promedio a la semana de trabajo (30.5 contra 35.9 horas).

El INEGI y el INMUJERES puntualizan las diferencias entre trabajo de cuidados directos y trabajo de cuidados pasivos en su publicación de prensa del 8 de octubre de este “Año Cero” de la “Era COVID19”. Los cuidados directos se entienden como “actividades específicas para atender, asistir, acompañar, vigilar y brindar apoyo a los integrantes del hogar o a otras personas, con la finalidad de buscar su bienestar físico y, en el caso de los niños pequeños, la satisfacción de sus necesidades.” Los cuidados pasivos se definen como las actividades “de cuidado simultánea o secundaria en que se está al pendiente o al cuidado de otra persona mientras se realiza otra actividad (principal).” Bajo esta diferenciación, a nivel nacional la población de 12 años y más reportó en promedio 9.3 horas dedicadas a cuidados directos y si se consideran los cuidados pasivos, el promedio se incrementa a 21.7 horas. En estos casos, también hay diferencias considerables entre mujeres y hombres. Las mujeres ocupan 12.3 horas semanales de cuidados directos y 28.8 horas de cuidados pasivos. Los hombres tienen un promedio de 5.4 horas de cuidados directos y 12.9 horas de cuidados pasivos. Es probable que en la “Era COVID19” esta distribución de tiempo entre cuidados directos y cuidados pasivos haya cambiado considerando variables como la educación en línea o el tele-trabajo (home office).

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El trabajo de cuidados en la “Era COVID19”

El trabajo de cuidados requiere de especialización, conocimientos y experiencias de las personas que lo realizan. En la “Era COVID19” se ha sumado la necesidad de contar con habilidades tecnológicas para el proceso de enseñanza- aprendizaje en el confinamiento.

La “Era COVID19” ha modificado rápidamente las rutinas, la gestión del tiempo, el uso de los medios para acceder a información y transmitirla, las prácticas de movilidad por la ciudad, las capacidades de gestión y vinculación con los actores gubernamentales y políticos ya que el trabajo de cuidados implica demanda de recursos, medios y espacios para su realización, entre ellos, la vivienda.

Por otra parte, han cambiado los perfiles de vulnerabilidad en las ciudades ya que a las personas adultas mayores, personas con alguna discapacidad o con un padecimiento crónico se han sumado aquellas que han contraído el virus, convalecido a causa de este, contagiado a otros miembros de su familia o a personas con quienes cohabitan y, finalmente, están aquellas personas que han fallecido y que asumían alguna función de cuidados y procuración en el hogar. Un tema aparte son las mujeres que en la jerarquización masculinizada de los servicios estatales de salud, han duplicado sus jornadas, han padecido violencia en sus lugares de trabajo, han sido objeto de ataques en la calle por estigmas y se encuentran con mayor exposición a los ambientes en donde se contagia el virus.

En este momento hay más información disponible sobre cómo inciden algunas enfermedades que ya estaban presentes en la vida de las personas en el riesgo de mortandad cuando adquieren el virus. De igual manera, ya existe más información sobre hábitos y prácticas saludables necesarios para prevenir los contagios y la muerte, mismos que nos orillan a hablar de “diseñar otro tipo de ciudad”. Esto implica analizar la estructura ocupacional para las mujeres. En este sentido, habrá que pensar en los perfiles de las personas que son cuidadas en el ámbito urbano y cómo es su dependencia hacia la persona cuidadora; casi siempre una mujer que también requiere cuidados.

Los perfiles de las personas que son cuidadas pueden variar de acuerdo a su edad, su condición de salud física y emocional, su situación económica, laboral, de estancia en una vivienda o en la calle y, en la “Era COVID19”, su riesgo de contagiarse y/o morir. Es necesario tener un conocimiento claro de estas variables para el diseño de las políticas públicas-urbanas. Es necesario “re-significar” las vulnerabilidades para contar con indicadores y medirlas.

El espacio para el trabajo de cuidados está dentro de la casa y afuera, en la calle, en los edificios, en los diversos modos de transporte, en las plazas públicas, etcétera. La división entre lo que pasa en el espacio doméstico y en el espacio público no es tajante. Un ejemplo de esto son las mujeres que se encuentran trabajando en el comercio informal y que dentro de sus viviendas (en inmuebles deteriorados por los sismos) adaptan sus talleres o pequeños negocios para cuidar de otros al mismo tiempo. En la Ciudad de México, es el caso de los talleres de manufacturas en las alcaldías Cuauhtémoc y Venustiano Carranza. También se conjugan en estos espacios actividades ilícitas como el narcomenudeo en donde se ha incrementado la participación de mujeres, niños y niñas como parte de sus estrategias de sobrevivencia dando pie a otros problemas sociales que se manifiestan en casos como los de de “las tiradoras” del centro de la capital.

El Urbanismo Feminista vino a cuestionar esta división desde la observación de las desigualdades de género en las cuales las mujeres combinan sus actividades en el espacio público y doméstico difuminando sus fronteras. El análisis sobre los fenómenos implícitos en el trabajo de cuidados tiene que partir de esta interacción permanente entre lo público y lo doméstico que también se presenta en la violencia con base en el género. En la “Era COVID19” la violencia se ha diversificado en la casa, en el transporte y en los medios digitales de comunicación. De acuerdo con datos del Banco Interamericano de Desarrollo, en México se ha registrado un aumento de 60% en las denuncias de violencia sexual y basada en género durante la pandemia. (Araujo, M.C., 2020)

Propuestas de Perspectivas IG para caminar hacia una “ciudad cuidadora”

Para Perspectivas IG hablar de trabajo de cuidados en la Ciudad de México implica problematizar desde el género el acceso a los Derechos Económicos, Sociales, Culturales y Ambientales (DESCA). Esta es una forma de comprender mejor el papel del trabajo de cuidados y encontrar intervenciones adecuadas para que las mujeres: a) participen en la toma de decisiones de la planificación de las ciudades, en este caso, la de México, b) crear un piso parejo en el acceso a los DESCA a través de políticas públicas y c) que las alianzas público-privadas sean una palanca para incluir el trabajo de cuidados como una prioridad en el diseño de los proyectos de desarrollo urbano a nivel local, es decir, en las alcaldías de la Ciudad de México.

Hemos diseñado la metodología para diagnósticos participativos dentro de las evaluaciones de impacto social que por norma, de acuerdo al “Aviso por el que se da a conocer el proceso de Consulta Vecinal para grandes construcciones” se requieren a las empresas inmobiliarias cuyos desarrollos son a partir de 10 mil m2 de superficie, en polígonos de actuación y/o fusión de predios, de 100 mil o más m2 de construcción total, destinados a centros comerciales, de espectáculos o similares.

Los resultados de estas evaluaciones se deben poner a disposición de la ciudadanía con información descriptiva de los proyectos inmobiliarios para que se realice una consulta vecinal sobre estos como condición para ser autorizados por el Gobierno de la Ciudad de México. De acuerdo a la norma, con base en las evaluaciones de impacto social y la consulta, se determinan entre las empresas, gobierno y ciudadanía, acciones de mitigación social de los proyectos.

Detectamos que en las evaluaciones de impacto social de los grandes proyectos no se consideran indicadores de género ligados a la infraestructura y los servicios de cuidado. Por esta razón hemos incluido en estas evaluaciones el acceso (distancia, inversión y disponibilidad) y calificación (calidad y percepción) de usuarias de guarderías, servicios de salud de atención primaria, áreas verdes, senderos, banquetas, red de agua potable y alcantarillado, recolección y separación de residuos, conexión a internet en espacios públicos, entre otros. Estos resultados se mapean junto con otras capas de indicadores “tradicionales” en donde solo se refleja la infraestructura urbana, el tipo de uso de suelo y la zonificación que establece la Ley, la cual es limitada, ambigua y sin Perspectiva de Género.

De igual manera hemos diseñado un protocolo para que en las consultas vecinales sobre la conveniencia o no de mega-proyectos participen las mujeres en un 50% de la población consultada y que estén representados distintos rangos de edad de estas mujeres. En este sentido, ha sido importante garantizar la participación de las trabajadoras del hogar que, sin ser residentes de los barrios en donde se desarrollan los proyectos, tienen conocimientos, necesidades y percepciones útiles para: a) el mejoramiento de los entornos en donde trabajan y b) el diseño de políticas para reconocer el valor social y económico del trabajo doméstico.

En la definición de las medidas de mitigación por el desarrollo de todo proyecto inmobiliario se deben incluyan las necesidades de las mujeres como forma de detonar procesos de agencia en la toma de decisiones de lo que ocurre en sus barrios. Esta es una forma que hemos encontrado de hacer evidente que la zonificación planteada por los programas de desarrollo urbano de las alcaldías de la Ciudad de México separan la Economía Urbana de la economía doméstica, como si no dependieran una de otra. Cuando hay una mayor participación de las mujeres en las evaluaciones de impacto social y en las consultas sobre los proyectos surgen problemáticas asociadas a los siguientes temas alrededor de los proyectos:

  • La accesibilidad y la seguridad en el uso de parques y áreas verdes para el cuidado de niños, niñas y personas adultas mayores.
  • El acceso a la vivienda de alquiler y la preocupación por el aumento de las rentas.
  • La seguridad peatonal en calles, avenidas, ciclovías y paradas de transporte público, así como las opciones de micro-movilidad para poder desplazarse al interior de los barrios con objetos pesados, compras, niños/as o artículos para vender en la calle o para ahorrar dinero no usando el automóvil.
  • En el caso de las alcaldías con áreas naturales protegidas, la conservación de estas y de los empleos agrícolas como la producción de plantas, flores, alimentos en invernaderos, hortalizas, chinampas y tierras ejidales.
  • La cercanía de servicios que se consideran prioritarios: mercados, tianguis, supermercados, panaderías, tiendas pequeñas, lavanderías, farmacias, consultorios de atención primaria en salud, etc.
  • El acceso a los servicios de agua potable y alcantarillado, luz y recolección de basura eficiente. La ocupación de la vía pública por autos “mal estacionados” que impiden la entrada a las casas, escuelas, rampas para sillas de ruedas, o que atraen a la delincuencia dedicada al robo de autopartes.
  • La permanencia de los pequeños negocios en locales.

Las evaluaciones de impacto social y consultas que incluyen las opiniones, necesidades e intereses de las mujeres como personas cuidadoras han servido para que las medidas de mitigación de los grandes proyectos otorguen a los barrios mayor autonomía, es decir, que los servicios de cuidados queden cerca y la infraestructura tenga un programa de mejora concertado con las personas vecinas. De esta forma también se reducen los trayectos y los gastos en dinero y tiempo y, en la “Era COVI19”, los riesgos de contagio. La respuesta, parece, está en lo que podemos trabajar con las mujeres directamente. Este es el camino recorrido desde diciembre del 2018 hasta hoy.

Texto y fotos: Carmen Contreras
Con mi agradecimiento a las coordinadoras del curso “Ciudades y derechos:
Debates y desafíos desde el Urbanismo Feminista” porque de manera involuntaria me dieron el ánimo de compartir parte de mi experiencia laboral en estos últimos dos años.

 

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Redacción Centro Urbano

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