Por Juan-Pablo Calderón Patiño*
Los porteños presumen que en Buenos Aires la Avenida 9 de Julio es la arteria que más tardaría un peatón en cruzar en el mundo. Los capitalinos, residentes, huéspedes del destino, de nacimiento o adoptados en la metrópoli del Valle de Anáhuac sin presunción, pero en acto de justicia, ponemos pecho de palomo por el orgullo de tener la Avenida más larga del orbe, nuestra Insurgentes que cruza la gran ciudad.
Era difícil tan siquiera suponer rodar en Insurgentes en su propia ciclovía, para los ciclistas urbanos era una especie de utopía. Como navegantes sin vela, pero con dos ruedas, los atajos entre calles, callecitas, avenidas medianas y puentes lograban sortear a Insurgentes de forma paralela.
Ser suicida no nada más era meterse al viaducto Tlalpan, sino en plena hora pico a Insurgentes. Allá cada quién osaba invadir el carril del metrobús para salir pedaleando con el monstruo encima.
La utopía se desvaneció, pero no en el cementerio del olvido, en la escultura decapitada o en el sueño quebrado que pisó la terca realidad, sino en un sueño que se hizo realidad, una ciclovía para la Avenida más larga, de Norte a Sur.
Territorios tan encontrados, de Indios Verdes a la salida a Cuernavaca que despide el monumento al caminero, ese oficio peculiar, es la avenida residencia de la vieja estación de tren, del Senado, la Roma, Condesa, del Polyforum, espacio olímpico y universitario, pedregal y con un sinfín de lugares que son, que fueron y que serán.
El virus forzó a miles a no usar transporte público, vehículo privado, taxis o los nuevos emblemas de movilidad moderna digital. El transporte de “cercanías” renació en la bicicleta sin importar su versión y los talleres han mantenido tiempos extras de jornadas de trabajo para calibrar, aceitar, reforzar y limpiar la anatomía de aleaciones que abrazan las piernas y manos, esa fusión peculiar entre la mecánica y el músculo.
Hoy muchas tiendas de ciclismo lucen vacías o casi vacías. Ha sido tal la demanda que las bodegas ya no guardan ni los saldos. Varios factores lo explican además de la gran demanda. La guerra comercial y verbal de
Trump ha hecho que compañías de ciclismo global hayan dejado de exportar a México. El origen de compañías con capital estadounidense que compraron marcas tan emblemáticas como la japonesa FUJI, esperan que algún día se cierre el ciclo perverso de Trump. Segundo, la demanda en bicicletas ha sido mundial y no sólo de países con vocación ciclista como China, el BENELUX, Alemania, Italia, entre otros. Tercero, como en la industria automotriz, se agotaron en inventarios las materias primas o están en transición de buscar nuevos proveedores ante la turbulencia doble de la pandemia y del desastre del sistema mundial de comercio.
Los grandes productores de bicicletas es natural, buscan primero cumplir con la demanda en su propio país, después habrá exportaciones. Cuarto, por más que en México se han desarrollado ciertas marcas de bicis, ha quedado patente que es imposible cubrir la demanda de un país con 130 millones de habitantes. La crisis de la pandemia ha forzado a comprar bicis o sacarlas del cuarto de tiliches para ser más que un instrumento de gozo, una herramienta de proveeduría.
Insurgentes tiene una ciclovía que pese a la queja de muchos automovilistas, la utilizan miles de capitalinos. En ciertas partes un enjambre de ciclistas con sus cajas de comida, flores, con el remolque con los utensilios lo mismo que la peluquería para mascotas que la ferretera móvil o la trasnacional de carga con símbolo verde en aras de su “responsabilidad ambiental”.
Cada alto se guarda la distancia obligada, cubrebocas o mascarilla, los puños enfundados en guantes no dejan el manubrio y viene un duelo, el de la mirada. Son cientos o miles de espacios de los que cuelgan “se vende”, “se renta” o “se vende o renta”, los departamentos de los que ya no pudieron pagar la renta o la hipoteca, las oficinas que cerraron o lugares de servicios tan variados, pero existe otra realidad que es incongruente, siguen construyendo torres de nuevos condominios de lujo, oficinas de las que antes de la pandemia eran “normales para los grandes corporativos”. ¿El parto de la injusticia o la contradicción de un país siempre desigual y ahora más con la emergencia que no se acaba en el virus?
Seguimos rodando en silencio y por más que pedalear sea una fiesta, la atmósfera es de muchos duelos. A pocas cuadras, uno de los hospitales de la primera línea de batalla y algunos desperdigados héroes con bata salen a tratar de tomar el aire de vida, pero también de esperanza ante el nicho de muerte en el nosocomio.
Vaya, hasta eternos puestos de periódicos que surtieron de publicaciones al abuelo, hijo y nieto, han desaparecido. Bancas públicas clausuradas y por doquier la venta de mascarillas, alcohol y gel. Aparece un ciclista contento, más ligero, es el taquero de los tacos de canasta que logró vender en la jornada matutina cinco centenares de tacos. “Me resguarde en mi pueblo en Tlaxcala por 5 meses y apenas regrese la semana pasada y que Dios me agarre confesado”, “perdóname amigo que se me acabaron los de adobo y papa”, me dice de manera sincera, después de todo es recíproco el respeto por ser cliente de años, pero también por entendernos por lo que representa la bicicleta como instrumento de trabajo.
Son ellos los ciclistas de verdad que sin cuadros de grafito, suspensión italiana o piernas de gimnasio, los que hacen gesta cotidiana rodando entre 50 y 80 o más kilómetros urbanos y sin quejas. Nos despedimos, esperando que el próximo encuentro tenga tacos. Sigo mi camino con una mochila que sabe contener la fragancia de una decena de kilos de café, pareciera perfumar la ciclovía y un vecino en la susodicha sana distancia me pregunta ¿traes café del bueno, verdad?
Continúo mi ruta y hago un alto en una KIA, una de las marcas automotrices surcoreanas, el país que dejó de ser eterno en vías de desarrollo, después emergente y hoy es del primer mundo e invariablemente recuerdo su historia.
KIA inició armando bicicletas cuando después de la firma del armisticio que dividió a Corea, los surcoreanos dijeron: “las bicicletas las hacen en el norte” y alguien se puso a hacerlas en el Sur para que después de seis décadas KIA se convirtiera en una de las principales armadoras automotrices. Sigo por Insurgentes Sur, rodando, en alerta y con alma encapotada por la numeraria del duelo nacional que traen las pandemias que no se acaban sólo en el virus…. Mi bicicleta urbana, mi aliada.
Juan-Pablo Calderón Patiño*
Estudió Relaciones Internacionales en la Universidad Iberoamericana y tiene estudios de postgrado en El Colegio de Veracruz y la Universidad de Buenos Aires. Realizó su práctica profesional en la Embajada de México en la ex Yugoslavia donde publicó su libro de poesía Poemas de Azar. Tiene diversas publicaciones como colaborador invitado en Este País, Reforma, El Financiero, La Jornada Veracruz, la edición electrónica de Foreign Affairs Latinoamérica, en la Fundación Ortega y Gasset y Globalitika. Participó en diversas tareas en los órganos de Gobierno en el Congreso de la Unión, destacando la Comisión Parlamentaria Mixta México-Unión Europea. Desde hace una década trabaja en la Asociación Mexicana de Distribuidores de Automotores (AMDA) y es propietario del Café El Aeroplano.
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Redacción Centro Urbano
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