Por Carmen Contreras*
En la definición del papel de las actividades de cuidados en la sociedad, el trabajo doméstico pagado tiene una agenda política que se cocina aparte. Su contribución a la economía de las ciudades ha sido estudiada a partir del subsidio en la provisión de servicios como son el mantenimiento a inmuebles, la atención de personas enfermas, con alguna discapacidad o con dificultades para moverse; la alimentación de los miembros de un hogar con proveedores en el mercado formal de trabajo, el acompañamiento en actividades escolares para niños y niñas, entre otros.
A diferencia del trabajo de cuidados, que implica también actividades domésticas entre una familia o una red de conocidos e ideas socialmente aceptadas sobre el afecto y la responsabilidad, en el trabajo doméstico remunerado no necesariamente hay una relación afectiva de por medio. La relación dominante es la del empleo, sea esta contractual o informal. Por ello es que, a diferencia del trabajo de cuidados que permanece oculto tras los arreglos familiares, el trabajo doméstico remunerado genera más información que nos revela grandes realidades urbanas.
Algunas feministas, líderes de trabajadoras del hogar y académicas han señalado la necesidad de enfocar el análisis del trabajo doméstico remunerado bajo la lente de la economía estructural, las cuentas satélite y las contribuciones al PIB. Pienso que a estas grandes aportaciones conceptuales habría que agregar el trabajo doméstico como indicador del desarrollo urbano, ya que este se relaciona con las siguientes dinámicas:
- La movilidad de trabajadoras del hogar desde los municipios del Estado de México, Morelos e Hidalgo, o bien Tláhuac, Xochimilco, Milpa Alta a las alcaldías “centrales” o con los índices más elevados de desarrollo humano para cuidar de personas que no son su familia dejando la suya a cargo de otros familiares, conocidos o en los servicios disponibles como estancias infantiles, escuelas con actividades extra curriculares o centros comunitarios que generalmente son insuficientes e inadecuados en horarios, ubicaciones y calidad de la atención. La idea dominante e inarticulada en la planeación del transporte en la Ciudad de México, por ejemplo, teje sus programas sobre la atención a una demanda masiva que no se detiene en los perfiles de sus usuarias y usuarios para que, paralelamente a la extensión de líneas y modos de transporte, se desarrolle una infraestructura de cuidados combinada con el fomento a las capacidades organizativas de personas cuidadoras en los barrios y colonias en donde viven las trabajadoras del hogar. Esto también tiene que ver con replantear los esquemas de tarifas y los medios para garantizar la seguridad de usuarias que recorren distancias mas largas.
- El fenómeno de la movilidad de cuidados y en específico el uso del transporte público de las trabajadoras del hogar, está asociado a una muy necesaria reformulación. En la CDMX los estándares de calidad de los servicios generalmente se miden a través de la satisfacción y apreciación de las poblaciones residentes de las colonias y barrios con mejor calidad de vida. Sin embargo, hay una demanda de estos servicios para la población flotante como son las empleadas del hogar quienes también son usuarias de consultorios médicos, centros para pagos de servicios, aplicaciones, internet, oficinas de envíos y operaciones bancarias en la llamada “ciudad central” en donde viven su jornada laboral. ¿Qué tanto contamos con su perspectiva cuando se diseñan las intervenciones y la oferta de servicios de proximidad?
- El punto 2 nos remite a considerar a las trabajadoras del hogar como un actor político. Tradicionalmente se piensa que un actor político se define por su pertenencia a algún partido, sindicato u organización de activismo. En una visión más amplia, dado su escaso tiempo para la actividad política de esa naturaleza, las trabajadoras del hogar han construido otros espacios de participación como son las escuelas de profesionalización del trabajo doméstico, las organizaciones de asistencia social para sus pares, los grupos de orientación para personas migrantes, en fin, redes de apoyo que también son de cuidados mutuos y expresan una participación política que después de veinte años han llegado a incidir en la reforma laboral para que el trabajo doméstico remunerado sea registrado en los sistemas de seguridad social y sea objeto de la política hacendaria.
El trabajo doméstico remunerado es trampolín para saltar a otros temas sobre el Derecho a la Ciudad: El impacto de los programas sociales basados en entregar dinero a hogares con niños, niñas y jóvenes, así como las estrategias para cambiar la feminización de los cuidados en la comprensión de que para algunas mujeres estos constituyen parte fundamental de su proyecto de vida y su reconocimiento social como personas únicas y valiosas. Cualquier intento para formar un sistema de cuidados en la CDMX tendría que analizar a mayor detalle este último punto.
Texto y fotografía: Carmen Contreras
*Directora de Perspectivas de IG y Consultora en Desarrollo Urbano con Perspectiva de Género
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Columnista invitado
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