Por Carmen Contreras*
A finales del 2015, la ONU publicó su ranking de países en donde se evalúa la representación de las mujeres en las cámaras legislativas conforme a la exigibilidad de las medidas de paridad en la representación política. En aquel año ocuparon una diputación en el Congreso de México 213 mujeres y 287 hombres. Para la Legislatura LXIV (2018-2021), la representación de las mujeres aumentó a 243 diputadas con respecto a 256 diputados. De acuerdo al Informe Legislativo de Instituto Mexicano para la Competitividad hay 113 personas en los congresos estatales, de los cuales 49% son mujeres (IMCO, 2018).
Esto coloca a México entre los 10 primeros lugares de paridad de género en el ámbito legislativo nacional. Dicho escenario se gestó con la reforma electoral del 2014 en donde se estableció la obligación de implementar el principio de 50-50 entre mujeres y hombres en las candidaturas de partidos y coaliciones. Posteriormente llegó la reforma que abarca no solo al poder legislativo; también incluye lo que corresponde al poder judicial y al ejecutivo en todos sus organismos, dependencias e instituciones. Sin embargo, cuando hablamos de la participación de las mujeres en lo local, – que es el ámbito con mayor cercanía a los problemas cotidianos-, nuestra presencia sigue siendo menor: solo hay un 14% de presidentas municipales, 26% son síndicas y un 39% son juezas o magistradas. En la Ciudad de México, el Congreso cuenta con 33 diputadas y 33 diputados, es decir, hay una representación paritaria. No obstante, en el caso de las alcaldías en solo 4 de 16 fueron electas mujeres.
La participación política de las mujeres en la Ciudad de México incluye los diversos movimientos que empezaron a organizarse desde el siglo XIX con la influencia de los autores y autoras de la Ilustración y el interés en la obra de Sor Juana Inés de la Cruz. Comenzaron cuestionando la posición privilegiada de los hombres en lo referente al matrimonio arreglado, a la propiedad de la tierra y el agua, a la tutela y educación de los hijos e hijas, a la posibilidad de trabajar por su cuenta fuera del hogar y ejercer una profesión sin tener que estar en un convento, a expresar sus opiniones en medios escritos y a participar en las decisiones públicas que iban desde los círculos literarios hasta las organizaciones políticas. Fueron movimientos impulsados por mujeres que tenían acceso a educación y dedicaban un tiempo al activismo, casi siempre de manera clandestina.
A lo largo de la historia de la Ciudad de México y sus procesos de urbanización, la participación femenina se fue diversificando y haciéndose más compleja desde el auto-reconocimiento de algunos grupos como feministas. Como sucedió en todas las metrópolis de Latinoamérica, el feminismo evolucionó desde el maternalismo y el sufragismo, hasta el feminismo incluyente de la diversidad sexual e identitaria. La Ciudad de México le debe al feminismo una herencia que hoy se traduce no solo en las medidas de paridad. Me refiero también al reconocimiento del Derecho a la Ciudad para las mujeres que logró plasmarse en la primera Constitución de la capital.
Gracias a los movimientos feministas, la igualdad sustantiva entre mujeres y hombres ha tenido avances importantes en el derecho a decidir sobre nuestro cuerpo (aborto legal y seguro), en el reconocimiento a la unión conyugal entre personas del mismo sexo, el derecho de niñas y niños a ser protegidos por sus padres y madres en la misma medida, el reconocimiento al trabajo doméstico y de cuidados, a la salud sexual y reproductiva de las y los jóvenes y a la valoración social de las personas adultas mayores.
En lo que se refiere a instrumentos jurídicos y de política pública, los movimientos feministas también están de manera permanente, y no solo urgente, en la adaptación a nuevas realidades de los planes y programas gubernamentales o de las alianzas público-privadas. Parte de la herencia del feminismo es la Ley de Igualdad Sustantiva entre Mujeres y Hombres de la Ciudad de México, su aplicación concreta a través del Programa de Igualdad de Oportunidades y no Discriminación, el cual debe señalar el camino a la transversalidad de género en todas las esferas de la política pública.
En los procesos de deliberación, diseño presupuestal, sistematización de ideas, programas, agendas y evaluaciones, estamos presentes muchas feministas de distintos sectores y con diversas experiencias políticas y profesionales. El legado feminista para nuestra ciudad se desarrolla no solo con activismo, también con conocimiento científico.
La participación de las mujeres desde el gobierno local, los movimientos sociales, las organizaciones, la academia y los partidos en la construcción de estos instrumentos normativos, de gestión pública y privada ha sido notable y los frutos que ahora tenemos se deben a la experiencia feminista tan plural como lo es la propia Ciudad de México.
Es un gran error subestimar el papel de los movimientos feministas en la construcción de las instituciones democráticas, de bienestar y desarrollo humano en la Ciudad de México y en todo el país. Es un error que para cualquier fuerza política traerá un alto costo al perder credibilidad, legitimidad, autoridad, confiabilidad y poder. Es un error subestimar lo que nos han enseñado las trayectorias políticas de las grandes feministas mexicanas como Carmen Serdán, Hermila Galindo, Dolores Jiménez, Refugio García, Elvia Carrillo Puerto, Edelmira Rojas, Florinda Lazos o quienes empezaron a impulsar lo que hoy se conoce como las “olas” del feminismo en nuestro país, desde el MAS (Mujeres en Acción Solidaria), hasta las organizaciones de mujeres jóvenes, víctimas de las distintas violencias que en la Era COVID-19 se han trasladado a los medios digitales.
En el desarrollo de ciudades incluyentes no puede faltar el entendimiento de los problemas públicos desde la vida cotidiana de las mujeres en seguridad ciudadana, educación, cuidados, patrimonio, vivienda, empleo, salud integral, servicios e infraestructura urbana, acceso a la información y a la tecnología. Cualquier diseño de ciudad está incompleto sin la perspectiva de las mujeres desde el territorio y no solo desde el escritorio. Hoy contamos con muchas referencias y guías para poder crear de manera plural una agenda de género para la Ciudad de México. De frente a un proceso electoral, quien se apoye en este conocimiento acumulado de los movimientos feministas tiene mucho que ganar. Esperamos que los actores políticos que siguen sin reconocer esta herencia puedan despojarse de la ceguera de género a favor del bienestar común en la capital. Que así sea.
Texto y fotografía: Carmen Contreras
Directora de Perspectivas de IG y Consultora en Desarrollo Urbano con Perspectiva de Género
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Redacción Centro Urbano
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